parece que voy a escribir una serie de cuentos

Salto en el vacío, me ahogo pero no respiro. La tormenta me abraza y yo suspiro. Alivio. El caos es la forma natural de vida en la que habito, si el mundo no está al menos un poco desordenado no encuentro cobijo entre las grandes palmas de las manos que me saludan desde el abismo. No sé si tiene sentido. Ni si yo tengo sentido con mis palabras, si tengo algo que decir o simplemente veo el tiempo correr y se me agotan los años en el fondo del reloj. Alguien me posee y me habita, alguien mueve mis dedos y mis manos, y los músculos de mis mejillas. Vacío el cajón de mi cabeza, el recoveco de pensamientos, unos enquistados en los otros. Juego con las palabras y me aislo. No respiro. Escribir puede ser un don y un castigo, un hechizo que recorre mis venas de un extremo a otro de mi ser. De un ser que no conozco pero con el que ya he llegado a la conclusión de que nunca conoceré. La esencia flota y cambia, levita en continua metamorfosis, ¿cómo vamos a poder definirnos, darnos un sentido? La preguntas retóricas son un cliché, una pantomima de la literatura de antaño, un recuerdo mojado del salón de mi casa, del sofá lleno de grietas donde solía esconderme. 
Un calambre en el hombro y el ruido de las gaviotas hace que despierte, como siempre, de la ensoñación en la que parezco estar metida. No puedo evitar pensar si esto no será un Show de Truman, si la voz de mi cabeza, el eco, no será otra cosa que el narrador de un cuento interminable. Al fin y al cabo, todos somos protagonistas de nuestra propia historia. Sin embargo, no dejo de encontrar más y más curiosas las historias de los demás que la mía propia. Y por eso voy a recolectarlas. Guardarlas entre las páginas de este libro o de lo que quiera que llegue a ser esto, pues nunca se me ha dado bien escribir más de diez páginas. Quizás porque siempre lo he intentado con demasiada fuerza, y nunca me he dejado llevar. Por eso voy a dejar que las palabras fluyan intentando ser, esta vez, más inconsciente que consciente de lo que escribo. Porque esto no lo va a leer nunca nadie, y lo sé. Y me apena y me alegra al mismo tiempo. Porque no a todo el mundo le gusta que cuenten su historia al libre albedrío. O, al menos, lo que yo interpreto como su historia. Lector, no creas nada de lo que procedo a describir con cada tecla de este ordenador. Será mejor para mi.
No sé cuánto me llevará, ni si lograré autoconvencerme de seguir pulsando una a una las frases, las piezas del puzzle que conformen a todos y cada uno de los protagonistas de estas vidas entrelazadas. Lo que si que es cierto es que conozco a muchas personas que han conseguido despertar mi interés. 
He aquí el por qué.

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