Alegrías del incendio

Tengo una taquicardia entre manos y ninguna estrategia para detener mis venas dilatadas. La sangre me circula a ciento veinte y, como dice Andrés Suárez, el corazón me arde. Tengo una hoguera en mi pecho con mil y un afluentes que susurran al ritmo de los tambores. Latido tras latido resuena la bombona de mi aorta. Me asusta y me fascina al mismo tiempo; quiero que pare pero la premonición que se descubre en mis arterias brilla igual que la señal de stop que vislumbraste en el último momento, demasiado tarde para echar marcha atrás, o pisar el freno a cualquier recuerdo. Las llamas me persiguen por los caminos de gasolina mientras les doy la espalda, mientras pienso en lo inflamable del 'tú y yo'. Mientras pienso en lo eterna y oscura que es la muerte sin un rayo de sol. Pero no me preocupa dondequiera que te encuentres, porque sé que no es en el huracán de emociones que siento yo, y que cualquier lugar del universo es mejor que esto. Al menos, eso espero. Estoy preocupada por mí misma, por mi esencia y por no saber controlar ni el fuego de mi interior, ni aquel que me rodea. No tengo miedo del incendio, si no de mis propias manos sofocantes, ahora ya llenas de llagas y acostumbradas al calor.