Autorretrato I

junio 11, 2012

Pájaros vuelan en los hoyuelos de mis mejillas, saltan de peca a peca y se paran a comer en cada sonrojo. Aprovechan para planear en cualquier desliz ocasionado por una de mis muecas. Ascienden por el puente de mi nariz, impulsadas por el aire que baila entre mis costillas y llegan hasta mis ojos, tan negros y llenos de brillo que los confunden con el cielo e intentan amarrarse a mis cejas montañosas para alcanzar la eternidad. Mi frente es la puerta a una jaula abierta, que permite la entrada a cualquier ave, pero que dificulta su salida. ¿Por qué no nos conformamos tan sólo con vivir? ¿Es todo en realidad tan complicado? Los pájaros anidan en mi pelo, saben que desde allí se ve el mar. Gotas de agua que asoman entre rocas, que respiran libertad. Oh, capitán, mi capitán, ¿podemos tan solo visitar otro océano? La realidad es fría y mortífera y no te deja escapar. Yo quiero vivir con mis pájaros, llenarme los rizos de sal. Hagamos que parezca purpurina. No tengo a nadie, y nadie quiere tenerme. Enciende la luz. Tu oscuridad es demasiado densa para mí, hace que todo parezca peor. Me recuerda a la vida. La vida misma, que te regala momentos de felicidad y al momento te clava un cuchillo en la espalda, entre los dos omóplatos, y tú puedes sentir cómo te atraviesa la piel, los órganos, el alma. Con calma. Sin pausa pero sin prisa. La sangre resbala con su color carmesí habitual y la Vida se aleja riéndose, con esas carcajadas suyas que tanto duelen. Que tanto me duelen. Que son como agujas que reavivan el dolor del pasado. No quiero que las cosas cambien, porque entonces mis pájaros morirían y, ahora sí, me quedaría sin nada. Me da miedo el tiempo. No puedo controlarle.

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